Entre los episodios más interesantes del primer viaje de Blasco Ibáñez a los Estados Unidos, cabe mencionar el encuentro del novelista valenciano con una de las figuras sobresalientes de la narrativa norteamericana: Upton Sinclair. Sobre ello apenas se han localizado unas pocas referencias documentales, que si bien no permiten establecer unos límites temporales exactos, sí que dejan entrever la existencia de una relación entre ambos escritores que apuntaba a trascender las meras afinidades personales para convertirse también en vínculo editorial.

     En vísperas de su embarque con destino a los Estados Unidos, Blasco había concedido en París una entrevista a Charles Divine («Blasco Ibanez may linger», The Sun, 26-10-1919), en la que, además de manifestar las expectativas que albergaba sobre su inminente viaje, destacaba, en el plano literario, su interés por los libros de «Upton Sinclair, the Socialist». Los acontecimientos posteriores revelaron que esa simpatía lectora llevaba aparejada el deseo de conocer al autor norteamericano. Nos remontamos hasta el mes de enero de 1920, cuando en su exitoso periplo Blasco se traslada a California. El 23 de enero llega a Los Ángeles para impartir una charla sobre la España moderna en el Clune’s Auditorium, para la sección local de la AATS. A continuación, la prensa aseguraba que una gripe o neumonía le había obligado a quedar confinado en su habitación del hotel Raymond, en Pasadena, una contrariedad que iba a alterar el calendario de sus conferencias. No obstante, otras fuentes desvelan que el escritor llevó una intensa vida social por aquellas fechas. Blasco, que nada más arribar a Los Ángeles había declarado su ferviente deseo «to meet John S. McGroarty, author of the famous Mission Play; Charles Lummis, the naturalist; and Upton Sinclair, the novelist» («To Glorify California», Los Angeles Times, 24-1-1920), pronto tendría la oportunidad de reunirse con los tres. Sin ir más lejos, Upton Sinclair, establecida su residencia en Pasadena desde 1916, le cursó invitación en el Raymond.

     En el número de 14 de febrero de 1920 de Appeal to Reason, el propio Sinclair dedicaría su columna de colaboración a informar a los lectores sobre el impacto que le había causado un personaje como Blasco que tiempo atrás le había escrito: «I am a fervent admirer of your work, so beautiful and so generous”. Las circunstancias propiciaron que ambos escritores estrecharan sus lazos. En primera instancia, Sinclair afirmaba que la lectura de La catedral le había animado a mirar hacia España, allí de donde procedía un gran novelista, de vigoroso intelecto y cuyas inclinaciones revolucionarias le impulsaron a bregar contra las fuerzas oscuras de la superstición que estrangulaban la vida de su país. Luego, el norteamericano pudo verificar en primera persona que la personalidad de Blasco se imponía a la de sus ficciones. De extraordinaria calificaba la experiencia de unos encuentros que tuvieron lugar durante dos tardes y una noche. Pese a que la comunicación entre ambos estuvo mediatizada por el desconocimiento del inglés de Blasco, Sinclair se deshacía en elogios hacia él, tildándolo de compañero encantador y adorable, y encareciendo su humor, su salud moral y sus acertadas impresiones sobre las debilidades y las posibilidades de la humanidad.

     Tan prometedor retrato vino acompañado del regocijo de Sinclair, completado por la versión posterior de su esposa, Mary Craig Sinclair (introducción a K. Crane, The Parlor Provacateur or From Salon to Soap-box, 1923, pp. 7-8; y Southern Belle, Bunner Books, 1999, p. 276), ante la reacción sorpresiva del valenciano ante un fenómeno social que la pareja denominaba como el de los «parlor Bolsheviks». Más concretamente, durante la primera charla mantenida por los literatos, Sinclair sembró el desconcierto en Blasco al contarle que entre sus amigos había «American millionaires socialists». Para demostrarle que no era una broma, organizó un banquete en el que podría conocer a algunos de estos «bolcheviques de salón» que Blasco suponía vaqueros o ganaderos enriquecidos súbitamente con la extracción de oro o de petróleo. Ante la estupefacción del mismo novelista, que ordenó a su secretario telefonear para indagar sobre la ropa más adecuada para la ocasión, esos simpatizantes de las doctrinas radicales eran, en realidad, millonarios muy educados y con sólidas convicciones intelectuales y morales. Sinclair estaba convencido de que, después de haber tratado por tres o cuatro horas con tales socialistas, Blasco incorporaría alguno de estos tipos genuinos en la novela que prometía escribir sobre América.

     En su artículo, aparte de trasladar algunos recuerdos con que seguramente Blasco tendió a encarecer el carácter novelesco de su existencia pasada, Sinclair relataba asimismo cómo su nuevo amigo le había prometido traducir y publicar en España todas sus novelas. Para ello, escribiría un prólogo de cuarenta páginas para cada uno de dichos títulos. La prueba palpable de que Blasco pensaba, como editor, en enriquecer el catálogo de La Novela Literaria, de Prometeo, es que, en algunas de las ediciones de dicha colección, se anunciaba la aparición inminente de varias obras del escritor norteamericano. Véase, por ejemplo, la lista de publicaciones incorporada en la edición de Pierre Louÿs, Afrodita:

     Por razones que desconocemos, el nombre de Sinclair no terminó figurando en las portadas de La Novela Literaria, al igual que ocurriría con otros proyectos con los que Blasco quería impulsar Prometeo, baste recordar las ediciones de sus obras ilustradas por José Segrelles. Eso sí, no obstante el fracaso de la anunciada colaboración editorial, los vínculos entre Blasco y Sinclair se mantuvieron por algún tiempo.

     Las páginas de Appeal to Reason («Books in Bed», 15-5-1920) fueron otra vez el lugar elegido por Sinclair para dar testimonio de su complicidad con el valenciano. En esta ocasión, para hablar de La bodega: «the most interesting of his novels, from a point of view of a Socialist», y para reivindicar la similitud existente entre el mundo retratado en la obra ambientada en la ciudad jerezana y la realidad social de sur de California, allí donde el capitalismo y la industria vitivinícola propiciaban la existencia de hordas de trabajadores a los que se les trataba con indiferencia y crueldad, imposibilitando el futuro de las asociaciones sindicalistas.

     Desde la prensa, Sinclair actuó como reseñista de varios títulos de Blasco: La catedral, La bodega, pero también Sangre y arena (Appeal to Reason, 20-9-1919). Sus comentarios servían, a la vez, como promoción de las obras mencionadas y como argumento referencial para adoptar una postura crítica frente a determinados aspectos de la realidad estadounidense. En paralelo a esta iniciativa llámese profesional, siguieron vivos los vínculos íntimos entre los escritores. De eso dan testimonio sendas cartas reproducidas por Sinclair en My lifetime in letters (Columbia, University of Missouri Press, 1960, pp. 216-218).

     La primera, redactada en Nueva York, el 22 de junio de 1920, contiene unas pocas líneas en las que Blasco muestra su atención a las buenas formas. Un día antes de partir hacia Europa en el La France,  se despide de su amigo: «My last letter from New York is for you», dejándole su dirección en París, para que Sinclair pueda escribirle «when you have need of me».

     La segunda, de 25 de noviembre de 1921, y escrita desde Menton, posee un carácter más informativo. Blasco justifica en ella el largo silencio epistolar, respondiendo a los posibles reproches de Sinclair por ello: «the motive of my long silence is other than you believe […] You have erred in your last letter […] my silence which was produced more by circumstances than by my will». Aduce como disculpa que los asuntos personales, así como su estancia en España, donde recibió diversos homenajes, y los trabajos de adquisición y reformas en Fontana Rosa, le han impedido atender la correspondencia. Sin embargo, para corroborar que el canal de comunicación sigue abierto y el aprecio del escritor no ha mermado un ápice, Blasco invita a Sinclair a pasar unos días en su flamante villa de Menton, «the most beautiful and poetic corner of all Europe». En caso contrario, de no producirse la visita de tan ilustre invitado, Blasco expresa su deseo de regresar pronto a California, de la que guarda «the best memories of my life». Por aquel entonces, confiado y esperanzado en la proyección fílmica de sus obras, consideraba que era muy probable un próximo reencuentro: «Perhaps you will see me arrive some day, on motion picture business».

     ¿Hubo ocasión para que los dos escritores, identificados por su actitud comprometida frente a las injusticias, volviesen a reunirse? Por ahora, solo puede recordarse que, en Between Two Worlds (1941), Blasco reapareció fugazmente en la memoria de Upton Sinclair:

A windless morning, the sea quite still, and the shore quite close. The course was eastward, and the Riviera glided past them like an endless panorama. Lanny, to whom it was as familiar as his own garden, stood by the rail and pointed out the landmarks to his friends. A most agreeable way of studying both geography and history! Amusing to take the glasses and pick out the places where he had played tennis, danced, and dined. Presently there was Monte Carlo, a little town crowded onto a rock. Lanny pointed out the hotel of Zaharoff, the munitions king, and said: «It’s the time when he sits out in the sunshine on those seats». They searched, but didn’t see any old gentleman with a white imperial! Presently it was Menton, and Lanny said: «The villa of Blasco Ibáñez». He had died recently, an exile from the tyranny in Spain.