Como ejemplo del fervor y la admiración del pueblo valenciano hacia Blasco Ibáñez, destacan dos figuras que se antojan fundamentales para entender el fenómeno blasquista y que han permanecido bastante olvidadas por la historiografía.

     En primer lugar, Ricardo Samper, que siendo un joven estudiante de Derecho, ya colaboraba con el diario fundado por Blasco Ibáñez: El Pueblo, y estuvo afiliado a su partido, Unión Republicana Autonomista (PURA), por el que fue alcalde de València entre 1920 y 1922, aunque su cargo más relevante fue el de presidente del Gobierno de la II República en 1934. Murió en 1938 en Ginebra, exiliado a consecuencia del golpe militar contra la República.

     En 1933 se repatrió el cuerpo de Blasco Ibáñez, fallecido también en el exilio, en la localidad francesa de Menton, en su caso motivado principalmente por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera. Para este acontecimiento se celebró en València una importante velada necrológica en memoria del escritor en dos lugares diferentes: en el teatro Principal, donde estuvo como invitado de honor el presidente de la República Niceto Alcalá Zamora, y en el Ateneo Mercantil, donde Ricardo Samper, en ese momento ministro de Trabajo, Industria y Comercio, pronunció un emotivo discurso en el que se puede apreciar el fervor y la admiración por Blasco, además de como novelista universal, como un verdadero icono para la República:

…con motivo del homenaje inolvidable que Valencia rindió al numen de su literatura en el mes de Mayo de 1921; cuando Blasco Ibáñez venía de recorrer el mundo, en marcha triunfal, como un héroe de leyenda…orlada su frente de laureles y oprimiendo en su mano un puñado de banderas de los más lejanos países, rendidas en su honor, inclinadas a su paso…

     Es en aquella semana homenaje dedicada a Blasco Ibáñez y de la que en este 2021 se conmemora su centenario, cuando el entonces alcalde de València Ricardo Samper cambió el nombre de la plaza de Cajeros por la de Blasco Ibáñez, en un acto que concentró a miles de seguidores. La propia imagen de Blasco era ya un reconocido icono internacional; sus fotografías estaban expuestas por la ciudad y en lugares preferentes con más visibilidad que incluso la del monarca Alfonso XIII, y es una de esas fotografías icónicas de Blasco en la que se inspiró el escultor Vicente Benedito para realizarla placa de mármol con la efigie del novelista que lució en la rebautizada plaza dedicada en su honor.

     El nombre de la plaza dedicada a Blasco Ibáñez tan solo duró siete años, pues en 1927 y con el gobierno municipal del Marqués de Sotelo, favorable a la dictadura de Primo de Rivera, la alcaldía ordenó su cambio, así como la retirada de la mencionada placa de mármol.

     Vicent Alfaro es la otra figura blasquista a destacar, porque, además de ser uno de los seguidores más destacados de Blasco desde su infancia, fue uno de los exponentes más relevantes en la recuperación y puesta en valor de la memoria de Blasco Ibáñez con la llegada de la II República.

     Esta cuestión la define perfectamente Isolda Alfaro en las memorias inéditas que dedica a su padre Vicent Alfaro:

Juventud devota de Vicente Blasco Ibáñez, novelista y político, en quien veían el gurú, el maestro que quería cambiar la España de charanga y pandereta…, la València del atraso, de las venganzas rurales.

     Desde su juventud y al igual que Ricardo Samper, colaboró con el diario El Pueblo y estuvo afiliado al PURA. En los días previos a la proclamación de la II República, Alfaro ya era uno de los líderes del partido en València, lo que le condujo a la alcaldía en octubre de 1931, con apenas 29 años de edad.

     De hecho en la edición especial que publicó el diario El Pueblo el 19 de mayo de 1921, con motivo de la semana homenaje a Blasco Ibáñez, también colaboró Alfaro con un artículo que tituló «La generación espiritual»:

Como valencianos y como hombres libres hemos amado a Blasco, sin conocerle, sin oírle, sin tener con él otro trato que el puramente espiritual. Vinimos al mundo en un momento en que la ciudad, enardecida por el verbo ardiente de este hombre ilustre, se producía violentamente, levantando en cada calle, en cada rincón, en cada casa, un verdadero volcán sentimental.

     Su empeño en recuperar la memoria del escritor exiliado se centró principalmente en la difusión de su obra, la repatriación de su cuerpo, incluyendo la construcción de un mausoleo que deseaba que se instalase en el jardín de Monforte; así como su intención de convertir en realidad el deseo de Blasco Ibáñez de hacer en València un Museo de Etnografía y Folklore.

Néstor Morente y Martín