En entrevista concedida al bachiller Corchuelo (Por esos mundos, 1-3-1911), Blasco Ibáñez evocaba los meses de su estancia de “exiliado” en París, en 1890, destacando la estrecha relación establecida con estudiantes chilenos que, desde el barrio Latino, vivían con suma inquietud el enfrentamiento entre el Parlamento de su país con el presidente Balmaceda. Cuando aquellos constituyeron el club de la Estrella de Chile, Blasco se vio contagiado por el ardor revolucionario y tuvo la tentación de enrolarse en las filas del ejército que se levantaba contra su presidente, el mismo cuya derrota definitiva se concretó en 1891, en el combate de Placilla. El afecto contraído con dichos estudiantes fue seguramente uno de los detonantes que despertó su interés por la nación andina. Si a ello se le une la consabida curiosidad geográfica del escritor, resulta lógica su predisposición a viajar a Chile, país al que, además, se sentiría ligado por otros vínculos, como los surgidos a partir de su historia sentimental con Elena Ortúzar, nieta del general Bulnes y a la postre su segunda mujer.

     Precisamente, al poco tiempo de iniciar su affaire amoroso con “Chita”, en la correspondencia epistolar mantenida con Miguel L. Rocuart, el novelista ya le expresaba su intención de visitar Chile:

   Blasco es un amigo de Chile… como de todo el mundo. Hace dos años nos escribía hablándonos entusiasmadamente de “esa hermosa tierra de Chile, a la que amo más después de España y en la que pienso vivir un día” (“Vicente Blasco Ibáñez”, Selecta, agosto 1909, p. 146)

     Es posible que el escritor se excediera por el camino de la retórica y la hipérbole a la hora de plasmar sus preferencias. No lo fue, sin embargo, la idea que orientó sus movimientos. Sabido es que el 6 de junio de 1909 desembarcó en el puerto de Buenos Aires para emprender una gira de conferencias que le llevaría a recorrer Argentina. También lo es que se desvió hasta los países vecinos de Paraguay y Uruguay. Asimismo lo haría hasta Chile. De ello informó al historiador y político Gonzalo Bulnes, como se desprende en la carta que este último le remitió, desde Santiago, el primero de agosto: “Ayer tenía proyectos e ilusiones. Una era la venida de Ud. a Chile. Me halagaba la idea de acompañarlo en este país”.

     Llegado el mes de noviembre, iba a concretarse la anhelada visita, de aproximadamente tres semanas de duración. El itinerario de la misma ha sido, desde luego, mucho menos estudiado que el recorrido a lo largo de Argentina, y las mismas fuentes consultadas adolecen, a veces, de cierta imprecisión. En otro sentido, deberá señalarse que la llegada del escritor suscitó manifestaciones de elogio y aprobación, como demuestran estos versos de un tal Siur Pepe:

BLASCO IBAÑEZ

De la noble tierra hispana
llegó el célebre escritor,
de pluma fuerte y galana,
autor de Amor y Tartana,
que es dechado de primor.

En la política brega,
Blasco milita y se plega
bajo el pendón liberal;
y así escribe La Bodega,
La Horda y La Catedral.

Entre naranjos se llama
la novela que más fama
hale dado y con razón:
ingenio allí se derrama,
arte y humana pasión.

Apenas Blasco llegó
el pueblo le saludó;
y en forma grave y formal,
un periodista le dio
la lata descomunal.

Con la estada de Vicente,
se han puesto inmediatamente
de acuerdo muchas personas,
y le invitan diariamente
á tragos y á comilonas . . .

Yo doy á Blasco un consejo:
que parta sin dilación,
antes que una indigestión
dé en tierra con su pellejo.
(Corre-Vuela, 17-11-1909, p. 10)

     Pero aunque unos tuvieron palabras muy elogiosas para saludar al “más insigne novelista de los tiempos modernos y el más esforzado tribuno del liberalismo español”, y se encareció el digno recibimiento tributado a “tan distinguida personalidad de la madre patria” (Teatro y Letras, 15-11-1909, p. 2), se ha señalado que este fue más frío que el que recibió en Argentina. En especial, “los grupos conservadores y católicos de Santiago ofrecieron resistencia a su visita” (Ana Mª Martínez, Blasco Ibáñez y la Argentina, Valencia, 1994, p. 83).

     Sea como fuere, y aceptando el hecho de que la visita de Blasco tuvo una mejor acogida entre la alta sociedad chilena, su viaje se desarrolló con unas pautas que nos son sobradamente conocidas. Entonces se verá al novelista fotografiado en lugares privilegiados de la geografía recorrida, presidiendo banquetes preparados en su honor, impartiendo conferencias en teatros repletos hasta la bandera o relacionándose con figuras destacadas de la política y la intelectualidad de la nación visitada.

     Como fue habitual en otras ocasiones, Blasco gozaría, pues, de una vida social intensa, a la par que satisfacía su curiosidad viajera e ingresaba buenas cantidades por esas charlas donde ponía a prueba su facundia oratoria. Curiosamente, este último aspecto, el lucrativo, causó cierta resonancia en la opinión pública chilena, hasta ser un argumento utilizado en alguna viñeta caricaturesca como la que se muestra aquí:

     Aun así, el desembolso de determinadas cantidades no mermó la afluencia a las intervenciones públicas que jalonaron la gira chilena del escritor. La primera tuvo lugar en el teatro Coliseo, de Santiago, el 11 de noviembre. Tanto esta, sobre “La novela moderna”, como la otra que impartió en la capital, no causaron muy buena impresión en el poeta Ernesto A. Guzmán, según este confesaba en carta de 14 de noviembre, dirigida a don Miguel de Unamuno: “He visto en él [en Blasco] al comerciante i al populachero […] Lo veo al traves de sus dos conferencias que lleva dadas […] Se apartaba del tema cada vez que se le presentaba ocasion para arrancar el aplauso de una multitud vulgar i heterojénea”. Aunque, cuando empezó a referirse a su admirado Zola, Blasco terminaba su plática erigiéndose en todo un coloso.

     Quien siempre se significó por la amenidad de sus conferencias, fue invitado a una recepción en el Congreso. Allí, el diputado José M. Pozo Urzúa, socio del Club Talca, inició las gestiones para “contratarlo” y facilitar su desplazamiento hacia dicha ciudad. Así ocurrió el 18 de noviembre, siendo recibido en la estación por dos mil personas e impartiendo una charla, en la que no defraudó a los asistentes, en el teatro Municipal esa misma tarde (J. González Colville, El Club Talca 150 años: 1868-2018, Talca, 2018). Al día siguiente, partía hacia Concepción.

     En este trayecto hacia el sur de Chile, el novelista bien pudo tener como guía a Luis Elguín, marido de Elena Ortúzar. Es lo que sugiere el texto de la postal (de 22 de noviembre de 1909) dirigida a Joaquín Sorolla, informando del paso de ambos por Talca, Concepción y el parque Cousiño. Además, como mera especulación, bien pudo ser por estas fechas cuando Blasco tuvo la oportunidad de conocer las selvas de Cautín y Llanquihue, a las que describió como “aquello es el trópico frío” (Mariano Latorre, Memorias y otras confidencias, Santiago, Andrés Bello, 1971, p. 85).

     Para el día 24 ya estaba en Valparaíso, donde al menos ofreció cuatro conferencias, en las que habló, otra vez, de “La novela moderna”, así como también de “El teatro y la música” y “Juana la Loca”. Sin olvidarnos de los homenajes y banquetes recibidos tanto en aquella ciudad como en Viña del Mar, festejos en los cuales el escritor manifestaba su fe hispánica, cantando las excelencias de la raza y profetizando para la misma un destino histórico se los vínculos fraternos se imponían a las divisiones políticas (Nuevo Mundo, 13-1-1910).

     A punto de terminar noviembre, Blasco estaba de regreso en Santiago. El 29, estuvo en el teatro Municipal dando una charla a la que los asistentes no necesitaron pagar entrada. ¿Acaso un desquite contra comentarios precedentes? Lo bien cierto es que el 6 de diciembre volvía a Buenos Aires, después de haber transitado por Mendoza y haber recibido el título de Socio Honorario del Centro Chileno. Concluía así un itinerario que no solo ampliaba su esfera geográfica, sino que sirvió para refrendar sus lazos con personalidades de aquel país hispanoamericano.

     De su estancia en él suele recordarse su fotografía, en el palacio de la Moneda, con el presidente Pedro Montt, quien se declaraba admirador de su narrativa. Pero igualmente habría que citar a Alberto Mackenna, anfitrión de una velada que acogió a Blasco junto a otros escritores, historiadores y pedagogos (C. Silva Vildósola, Retratos y recuerdos, Santiago, Zig zag, 1936, p. 247). Otrosí a Joaquín Díaz Garcés y a Joaquín Edwards, una novela del cual llegó a ser prologada por el propio Blasco. Y, sobre todo, a Carlos Silva Vildósola y a Federico Santa María. El primero le profesó un afecto sincero que, más allá de la confianza generada por la correspondencia epistolar, se materializaba en cuestiones como la solicitud formulada por el valenciano para que Silva incluyese en las páginas de El Mercurio alguna reseña de Los cuatro jinetes del Apocalipsis. El segundo, reputado filántropo y hombre de negocios, infundía en Blasco un respeto que le valdría para orientar sus negociaciones con las productoras cinematográficas estadounidenses.

     Como es posible advertir, pese a que no se vieron cumplidas las expectativas de algunos sobre la posibilidad de que Blasco plasmara en un libro sus impresiones sobre Chile, aparte de los retazos de ambiente filtrados en “El préstamo de la difunta”, existió un vínculo estrecho del, en un tiempo, escritor “español más leído” en aquel país, que terminó trascendiendo su visita de 1909.