La música fue una de las grandes pasiones de Blasco Ibáñez. Le gustaba asistir a conciertos y a representaciones operísticas. Y asimismo, en sus crónicas de viajes y en su narrativa, dejó testimonio de esta afición, a través de continuas referencias a compositores o al argumento de piezas de ópera que le resultaban muy familiares. Es posible comprobarlo en textos tan dispares como París (impresiones de un emigrado), Entre naranjos o A los pies de Venus, por citar unos títulos. Ahora bien, entre sus gustos musicales siempre sobresalió una especial predilección por el universo wagneriano. Las obras de Wagner ejercieron sobre él una impronta notable, hasta el punto de que Blasco indagó en la biografía del compositor alemán y, como editor, quiso popularizar los textos literarios de este último. Así se verifica en el prólogo que aquí se reproduce del volumen Novelas y pensamientos publicado por la editorial Sempere.
Wagner escritor
La fama de Ricardo Wagner como músico es universal y no hay que hablar de ella aquí.
Todos conocen sus óperas por el gran renombre que han conquistado, pero lo que muchos ignoran es que Wagner, al mismo tiempo que un músico sublime, fue un gran escritor.
Hombre de inmensa cultura, conocedor profundo de la historia y muy dado a los estudios filosóficos como buen alemán, Wagner tenía condiciones sobradas para conseguir el renombre literario si le hubiera faltado el portentoso genio musical que le colocó al lado de Beethoven e hizo de él una de las primeras figuras del siglo XIX.
Wagner fue un poeta que puso en música las concepciones de su imaginación.
Esta cualidad de poeta unida a la de músico fue la que le colocó por encima de todos los compositores que venían cultivando la música dramática.
Los dramas líricos de Wagner, leídos y sin el encanto divino que la música presta a los versos, resultan verdaderas obras literarias dignas de un gran poeta.
Wagner no solo hizo versos. Fue periodista; escribió artículos de polémica política; discutió en clubs y asambleas, sobre las formas de gobierno, publicó folletos tratando cuestiones filosóficas e históricas y produjo comedias satíricas y patrióticas que perjudicaron mucho su fama de genio universal.
Durante la revolución de Dresde en 1848 el entonces joven maestro se distinguió mucho por su actividad de agitador. Es verdad que, abstraído en sus gustos de artista, en los momentos de mayor peligro se subía a una torre para tocar las campanas y estudiar el contraste musical de su sonido con el estruendo de los cañones que disparaban las tropas; pero hay que reconocer también que el músico revolucionario cuando quería ser hombre de acción lo era con una audacia y un desprecio a la vida que solo pueden reunirse en esos seres desequilibrados hasta la sublimidad a quienes se da el título de genios.
Un impresor de Dresde cuenta que imprimió una proclama escrita por Wagner, en la cual incitaba a los soldados del rey de Prusia a no hacer fuego contra el pueblo, dedicando sus fusiles al servicio de la revolución, y vio con asombro cómo el músico salía de la ciudad por la noche y repartía las proclamas a los centinelas del ejército sitiador que, aturdidos por tanta audacia, no le contestaron con la bayoneta.
Emigrado en París, sufrió la más negra de las miserias. Para poder comer vendió el poema de El buque fantasma a un compositor mediocre que le puso una música desastrosa; y si en su triste situación pudo encontrar un pedazo de pan y un rincón de bohardilla fue a cambio de escribir fantasías y arreglos para piano de las operetas en boga ¡con la misma mano que un día había de crear Parsifal!
De aquella época de bohemia triste datan sus dos novelitas Una visita a Beethoven y El final de un artista en París.
La primera es un homenaje al gran Beethoven. En 1841 había formado el proyecto de escribir una extensa biografía estudiando la vida y las obras del ilustre maestro. El bibliotecario Anders le proporcionó muchos y valiosos documentos, pero los azares de su vida no le permitieron realizar el trabajo y aprovechó todos sus informes sobre las costumbres del maestro para escribir esta pequeña novela. La segunda es la pintura negra y desesperada de la miseria y soledad en que vivió Wagner durante su permanencia en París cuando mendigaba de teatro en teatro que pusieran en escena sus primeras óperas y en vano intentaba conquistar la popularidad con romanzas que no eran del gusto del público frívolo. Como él mismo confiesa en uno de sus artículos, «tuvo que entregarse a los más repugnantes trabajos», haciendo arreglos artísticos que sublevaban su pura conciencia artística, y tan acosado se vio por el hambre, que hasta quiso contratarse como corista en un teatrillo sin importancia. El perro que aparece en la novela era efectivamente un magnífico terranova, propiedad de Wagner, que tenía por nombre Robber.
Meyerbeer, según asegura Wagner en sus cartas, le engañó en varias ocasiones mintiéndole una protección que solo sirvió para mantenerle obscuro y desconocido durante los tres años de miseria sufridos en París. En esta época de desesperación fue cuando escribió para un periódico alemán El final de un artista en París reflejando su cruel indigencia.
El mismo Wagner explica así la significación de esta novela en una de sus cartas: «He expuesto bajo el velo de una ficción a veces humorística mi propia historia en París, donde poco me faltó para morir de hambre como el héroe de mi cuento. Lo que me propuse en ella fue lanzar un grito de rebelión contra el absurdo modo de ser del arte y los artistas de nuestra época».
Además, el gran maestro alemán estudió en sus numerosas obras los músicos, los filósofos y los poetas más grandes, emitiendo su opinión sobre sus personalidades y sus obras, y estos pensamientos que son lo más escogido de aquella inteligencia poderosa, unidos a las dos pequeñas novelas, forman el presente volumen.
Para que los lectores formen concepto de lo que fue Wagner como escritor y de las cuestiones filosóficas, políticas, históricas y musicales que trató con su pluma, basta reproducir la lista de los libros, folletos y estudios publicados por él.
Para el teatro escribió los poemas de sus óperas Las hadas, Prohibición de amar, Rienzi, El buque fantasma, Tanhaüser, Lohengrin, Los maestros cantores de Nuremberg, El anillo de los nibelungos (El oro del Rhin, La Walkiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses), Tristán e Iseo y Parsifal. Además una tragedia griega en 1825 y otra tragedia con música en 1829 que han quedado desconocidas; los libros de las operetas Las bodas, Los franceses ante Niza y La feliz familia de los osos; los dramas La sarracena, Federico Barbarroja, Wieland el herrero y Los vencedores y un drama sacro Jesús de Nazareth publicado después de su muerte.
Como poeta lírico dejó escritas las siguientes obras:
A la muerte de un enmarada. Poema premiado en noviembre, 1825.
A mi real amigo Luis, 1865.
Reingold (El oro del Rhin). Poema corto, 1869.
A la terminación del Sigfrido, 1869.
En conmemoración del 25 de agosto de 1870.
Al ejército alemán delante de París. Oda, 1871.
Una capitulación. Comedia al estilo antiguo sobre el sitio de París y de la que más adelante hablaremos, pues fue una obra indigna de la grandeza de Wagner.
De su correspondencia con Liszt, Uhling, Fischer y Fernando Heine, se han publicado más de quinientas cartas que tratan asuntos artísticos y equivalen a verdaderos artículos.
Sus opúsculos, libros, etc., fueron los siguientes:
Los Wibelungen. (La Historia universal sacada de la leyenda), 1848.
El judaísmo en la música, 1850.
El Estado y la religión, 1850.
El arte alemán y la política alemana, 1865.
Aclaraciones sobre el judaísmo en la música, 1869.
La cultura alemana. (Cartas a Federico Nietzsche), 1872.
¿Qué es ser alemán?, 1878.
El público y la popularidad, 1878.
El público en el tiempo y en el espacio, 1878.
¿Podemos esperar?, 1879.
Contra la vivisección. (Carta abierta a Mr. Ernesto de Weber), 1879.
Religión y arte, 1880.
Conócete a ti mismo, 1881.
Heroísmo y cristianismo, 1881.
El femenino en el hombre, 1883.
El arte y la revolución, 1849.
El artista del porvenir, 1849.
El arte y el clima, 1850.
Ópera y drama, 1851.
Sobre la crítica musical, 1852.
La música del porvenir, 1860.
Actores y cantores, 1872.
Poesía y composición, 1879.
Sobre la aplicación de la música al drama, 1879.
Mis recuerdos sobre Spontini, Rossini, Auber, etcétera, 1871.
Además escribió en diversos años de su juventud Una visita a Beethoven, El final de un artista en París, Una velada feliz, Virtuoso y artista, El artista y la publicidad, El Stábat Mater de Rossini y un estudio sobre la Obertura en las óperas.
Fue una vida de incesante laboriosidad la de Wagner. Tan pronto compositor de música, como poeta o prosista, su pensamiento jamás estuvo en reposo ni su mano permaneció inactiva.
Para apreciar su inmenso mérito como pensador cultísimo y prosista claro y conciso, basta leer sus Pensamientos sobre los músicos, filósofos y poetas.
En todo su bagaje literario solo existe una obra indigna de Wagner. La comedia titulada Una capitulación, especie de obra bufa a usanza antigua, en la cual se burló cruelmente de los franceses que acababan de defender París en 1870.
El alemán se sobrepuso al genio; el artista se ocultó detrás del patriota, y Wagner, cegado por los triunfos de su país, tuvo la incomprensible crueldad de burlarse de los vencidos, de los que acababan de sufrir seis meses de guerra y privaciones por defender el suelo de su patria.
El recuerdo de esta injusticia fue la causa de la oposición que las obras de Wagner encontraron al principio en París. Pero el tiempo todo lo borra, y así como las manchas del sol desaparecen con la distancia, los defectos del genio se olvidan al través de los años y solo se ve su grandeza esplendorosa.
(Introducción a Ricardo Wagner, Novelas y pensamientos (músicos, filósofos y poetas), Valencia, F. Sempere Editor)