En unos años en que proliferaron los banquetes y los actos de homenaje a los artistas, también Blasco Ibáñez disfrutó de las más diversas celebraciones en su honor. Y ya no solo en Valencia, su ciudad natal, sino, por ejemplo, en Madrid. Recuérdese que, con motivo de la publicación de Entre naranjos, el 9 de diciembre de 1900 los mismos Mariano Benlliure y Joaquín Sorolla tomaron parte activa en un evento que reunió en los jardines del Retiro a personalidades del mundo de la política y de la prensa, junto a escritores tan significados como Pérez Galdós. Solo poco más de dos años después, cuando daba sus primeros pasos el marzo de 1904, la aparición de otra novela del autor valenciano daba pábulo a una velada literario-musical, en la que la conmemoración artística cobraba netos tintes ideológicos.

            El Centro Instructivo de Obreros Republicanos, del distrito de La Latina, organizó un acto laudatorio del artífice de La catedral, apreciando en ella la impronta del espíritu revolucionario de Blasco. El teatro Lírico fue el recinto elegido para la celebración. Para la misma se habían tomado las disposiciones pertinentes. Francisco Sempere había editado un folleto en que colaboraron Rodríguez Abarrátegui, Venancio Serrano Clavero y Faustino Valentín. También desde Valencia se trajeron ramos florales para obsequiar al público femenino, que junto a un numeroso auditorio completó el aforo del teatro.

        La velada dio inicio a las 20:30, prolongándose hasta bien entrada la madrugada. La ausencia del homenajeado había sido suplida por un retrato que se levantaba sobre un caballete, a la derecha de la mesa presidencial que ocupaba el abogado José Noguera, quien comenzó una sesión que, según el programa establecido, constaría de dos partes. En la primera, Luis Morote leyó fragmentos de La catedral; siendo secundado, a continuación, por el actor Pepe Riquelme para recitar las redondillas de una composición del poeta satírico Luis de Tapia. Intervinieron también los señores Junoy y Adolfo Beltrán, en representación de Barcelona y Valencia, viniendo a completar un primer acto que estuvo amenizado con piezas interpretadas por los tenores Gancedo y Tancci y la tiple Laguilhoat.

       Abriría la segunda parte de la fiesta el dramaturgo Joaquín Dicenta. Luego tomaron la palabra los diputados Menéndez Pallarés y Lerroux. Cada uno de ellos reivindicó un aspecto de la personalidad de Blasco, como literato, como político y como hombre y padre de familia. En él se vino a destacar sus esfuerzos en la difusión de la cultura entre los obreros, su desconfianza hacia la estética del arte por el arte y su apuesta decidida por una idea de la creación como instrumento para luchar por la justicia y el progreso. Merced a esta perspectiva sustentada en la misión redentora de la literatura y a sus dotes innatas como narrador, Blasco se había retomado el testigo de Zola. Las afirmaciones vertidas en esta ocasión sobre el novelista despertaron, como era de esperar, reacciones de fervoroso entusiasmo entre los asistentes. Entre un público que con sus aplausos ratificó el triunfo, en el plano musical, de la tiple Lucrecia Arana con su interpretación, entre otras, de piezas como la romanza de La chavala, de Chapí.