Gracias al centenar de tarjetas postales que se conserva en la Casa Museo Blasco Ibáñez, procedente del Legado Libertad Blasco-Ibáñez Blasco y Fernando Llorca Die, no solo se corrobora el lado más afectivo del novelista hacia los suyos o su afición viajera, sino que es posible también reconstruir algunos episodios más anecdóticos de su existencia. La mayoría de biografías sobre el escritor pasan de puntillas, por ejemplo, sobre los meses previos a su primer viaje a Argentina, en mayo de 1909. Sin embargo, el cotejo de cinco piezas de la citada correspondencia postal permite situarlo solo un mes antes en tierras castellanas, informando de circunstancias que convulsionaban por aquel entonces su experiencia íntima.
Su esposa María y su hija Libertad fueron las destinatarias de sendas tarjetas que, con el matasellos de 6 de abril, se franquearon en Ávila y mostraban dos monumentos famosos de aquella ciudad: sus murallas y la puerta del Alcázar. Dos días después, en las páginas de El Cantábrico, se aludía a la llegada de Blasco a Salamanca, coincidiendo con la fecha del envío de otra tarjeta desde allí a su hija Libertad. Pero, además, dicho rotativo ofrecía otros datos de interés sobre los entresijos del viaje. El novelista deseaba realizar un estudio de ambientes para una hipotética futura novela que tendría a Castilla como marco espacial. Asimismo, iba acompañado de la «esposa y madre del ministro de Chile», al que se esperaba al día siguiente para unirse a la expedición. La breve mención aparecida sobre el particular en El Pueblo, el mismo 8 de abril, incrementaba las dudas sobre la identidad de sus acompañantes, pues, de pronto, la madre del ministro de Chile se convertía en madre del «embajador de China». No fue el único lugar donde quedó comprometida la fiabilidad de la prensa, pues en El Combate (10 de abril) la ciudad salmantina había atraído al escritor «Eusebio Blasco Ibáñez», el mismo que en la entrevista que concedió a El Adelanto (8 de abril) vino a desmentir algunos detalles sobre su excursión. Esta se gestó en Madrid de forma totalmente imprevista, por lo que no respondería a un deseo de documentarse con vistas a proyectos novelescos inmediatos. Más bien, «aprovechando las ventajas del automóvil», era un itinerario que satisfaría su curiosidad como turista, al tiempo que podría admirar los tesoros de la vieja Castilla junto a Elena Ortúzar, esposa del agregado chileno Luis Elguín, y su madre. Con la dama del cuadro pintado por Sorolla y su madre Blasco ya había viajado hasta Turquía y ahora se repetía una aventura que estaba cuarteando la relación marital del escritor con María Blasco.
Lógicamente, en sus declaraciones a la prensa, el novelista hablaba de otros asuntos: de su intención de continuar el trayecto hacia Zamora, Toro y Medina, o de su sorpresa al entrar en contacto directo con un paisaje tan distinto al de sus orígenes mediterráneos: «hasta ahora, cuando desde el automóvil he visto Castilla, con sus planicies inmensas, sus encinares austeros y sus rígidos pinares, no he comprendido la sencilla y grandiosa poesía de esta tierra tan distinta de la mía, y tan digna de conocerse y admirarse».
Las celebraciones de la Semana Santa de aquel año acogieron a Blasco en Zamora. El escritor («con dos señoras argentinas») figuraba, según El Adelanto (13 de abril), entre las personalidades que habían acudido a la ciudad para presenciar las procesiones. También se dijo que visitó la catedral zamorana, la iglesia de Santiago el Viejo, la Magdalena y el palacio de los Momos, almorzando en la fonda del Comercio, y trasladándose a Toro, Tordesillas y Medina del Campo (Heraldo de Zamora, 10 de abril).
El matasellos de las dos postales de Zamora (una con el arco de doña Urraca y la otra con un grupo de carbajalinos), remitidas a sus hijos Libertad y Julio César, sitúan al autor en Valladolid el día 10 de abril. Instalado en el hotel Moderno, la prensa afirmaba (El Imparcial, La Correspondencia de España y El Pueblo, 10 de abril) que había contemplado el paso de las procesiones de Semana Santa desde el balcón. Luego, se recalcaba su propósito de proseguir con su itinerario turístico, dirigiendo el automóvil hasta Simancas y Medina de Rioseco.
¿Estuvo auspiciado este viaje castellano por algo más que un disfrute turístico, que se ajustaba además al calendario festivo en vísperas de un periplo transoceánico? ¿Quizá pretendía Blasco empaparse de ese espíritu nacional e intrahistórico que los noventayochistas localizaban en Castilla y a él podía estimularle para trazar lazos de unión con aquellos auditorios a los que pronto se dirigiría como conferenciante? El caso es que en el mes de mayo, antes de embarcarse hacia Argentina, el novelista le escribió una carta a Juan Antonio Arguerich donde hacía relación de los títulos de las catorce charlas previstas para su próxima turné. Una de ellas debería versar sobre la «vieja Universidad de Salamanca». No obstante, donde más explícitamente dejó testimonio de su viaje por tierras castellanas fue en la colaboración publicada en la revista Caras y Caretas (el 22 de octubre de 1910), que llevaba por título «La ciudad del reparto del mundo (Tordesillas)». Con ella hacía una profesión de españolismo que se acentuaría en su trayectoria posterior.